30 sept 2016

Camboya: 4ª parte

Ayer escribí sobre la visita a los dos pueblos de cerca de la frontera entre Tailandia y Camboya, y sobre por qué muchos niños de allí no pueden ir al colegio. La inmensa probreza de la zona también hace que los niños no puedan recibir el tratamiento médico que necesitan. Hoy os quiero presentar a unas niñas y adolescentes que conocí y que necesitan nuestra asistencia.
 
Christine

La primera es una chica absolutamente linda a la que hemos dado el nombre occidental de Christine (ya que dados los problemas de tráfico de personas en esta zona, no usaremos nunca sus nombres reales). Hace dos años fue diagnosticada con tuberculosis, que muchos sabréis que es una infección bacteriana que afecta principalmente a los pulmones. Lo que puede que no sepáis es que, en un momento dado, las Naciones Unidas anunciaron que la tuberculosis sería erradicada en el año 2025 gracias a que la medicina había encotrado el tratamiento eficaz para combatirla. Sin embargo, a finales de los años 80, hubo un aumento de casos de tuberculosis hasta que fue declarada la emergencia global. La tuberculosis convencional es muy fácilmente tratable y tiene una tasa de curación del 90% si se trata correctamente. Pero sin un tratamiento adecuado, 2/3 de las personas que contraerán la enfermedad morirán de ella... un impactante millón de personas cada año.

La familia de Christine hizo todo lo que pudo para ayudarla, vendieron incluso sus tierras y todas sus posesiones para poder darle el tratamiento que necesitaba hace dos años. Tristemente no ha podido recuperar su salud. El día que me senté con ella, estaba tan delgada que se le veían los huesos (de hecho, me fue imposible fotografiarla, tan enferma como está. La foto de este blog es una que le hizo Leng hace algún tiempo). Respira con oxígento, algo que su familia trata por todos los medios de darle aunque cuesta 10$ cada tres días... más de lo que se pueden permitir. Leng les ayuda comprando oxígeno siempre que puede. Me dijo que Christine ha tenido que dejar de ir al colegio por su enfermedad, y era doloroso mirarla a los ojos porque había mucha tristeza por todo lo que había perdido.

Ni que decir tiene que el primer pensamiento que me vino a la mente era ver cómo podíamos hacer para saber cuál es su estado de salud preciso, en la esperanza de que no fuera demasiado tarde. Antes de viajar había leído bastante sobre los servicios médicos de Camboya, y sabía que la única ciudad en la que puedes tener acceso a los de mejor calidad era en la capital Phnom Penh -a más de siete horas de distancia en coche desde donde estábamos. (Un dato tremendo sobre la época de los Jémeres Rojos ques que sólo sobrevivieron a la matanza 45 médicos en todo Camboya, 20 de los cuales abandonaron el país.)
 
Phnom Penh

En el trabajo que hacemos hay muchas veces en las que vivimos las mayores alegrías, por ejemplo, cuando hemos logrado sanar el corazón de un niño con cardiopatía, o cuando sabemos que un niño ha encontrado a su familia para siempre a través de la adopción. Hay otras veces también donde vivimos las más profundas penas, como cuando fallece un niño al que hemos estado intentando ayudarm o cuando vemos a niños que viven en condiciones muy duras. Pero hay otras veces donde yo me siento no merecer formar parte de los momentos tan emocionales que nuestro trabajo implica, y tuve uno de esos momentos cuando Leng le dijo a Christine y a su familia que les pagaríamos todos los costes que implicara llevarlos a la capital para que pudieran ir al mejor hospital posible. Christine empezó a llorar en silencio y luego su familia, y luego Leng. Nos sentamos en pequeños taburetes en el suelo de barro en completo silencio mientras presencié cómo la esperanza inundaba lentamente sus corazones.

No puedo describir del todo qué es lo que sentía por dentro, pero parecía un momento demasiado privado y emotivo como para que yo, una completa extraña, estuviera formando parte de él. En mi corazón tenía un sentimiento de vergüenza sabiendo que posiblemente habría sido sólo un puñado de dólares lo que había impedido que esta chica tan dulce y preciosa pudiera tener un diagnóstico y un tratamiento correctos. La semana que viene Christine irá a Phnom Penh y os agradecería de corazón todos los buenos pensamientos para ella, ya que va a ser un viaje demasiado largo para una persona tan enferma. Espero de verdad que no sea demasiado tarde. (Si quieres ayudar a Christina con su tratamiento médico, por favor, visita su página de apadrinamiento.)

Al día siguiente me presentaron a Sara, una chica realmente dulce que está en el programa de leng y que ha nacido sin uno de sus ojos. Supe que el estigma que rodea a este tipo de necesidad especial es el mismo que hay en China. Hemos ayudado estos años a que muchos niños tengan ojos de cristal, y la diferencia que hace en cómo les ve la sociedad es enorme. Pregunté a Leng si podíamos ayudar a que Sara recibiera su prótesis ocular y me dijo que quizá podría ir con Christine al hospital de Phonm Penh. Seguro que os imagináis lo rápido que dijimos "¡Sí!"
 
Sara

Después de saber que esta era una necesidad médica a la que nuestros donantes estarían dispuestos a ayudar, Leng me habló de otra chica llamada Rachel, de otro pueblo, a la que también podría venirle bien que la viera un médico. Hace varios años un insecto le entró en el ojo y, tristemente, sin un cuidado médico adecuado, la infección que le produjo le atrofió el ojo y perdió la vista. Rachel viajará con el grupo también. Nos alegra muchísimo que nuestros donantes lograran recaudar los fondos necesarios para la revisión de Sara en un solo día! Rachel sigue necesitando fondos, así que si alguien quiere ayudarla con el tratamiento médico que necesita y merece, aquí tenéis su página de apadrinamiento.
  
Rachel

Esa misma tarde Leng me dijo que quería que fueramos al vertedero de la cuidad y yo intenté hacer una pobre broma diciendo algo así como "Guau... conoces los mejores sitios para llevar a una dama," que no era sino el intento de esconder mi miedo sobre lo que sabía que ibamos a ver. Leng me había contado antes de salir de EEUU que los niños trabajan allí durante unas 14 horas o más al día, pero pronto supe que realmente viven allí. Fue uno de los sitos más horribles en los que he estado, y he estado en muchos muy tremendos. Alquilamos unas motos para llegar al basurero y según nos ibamos acercando el olor a podrido invadía todo. Para cuando llegamos al sitio en sí, los gases de  las aguas residuales y de la basura en descomposición eran tan intensos que no querías respirar. Pero, claro, tienes que hacerlo.
Recorrimos el camino de barro con nuestras sandalias, y mientras nuestros pies se llenaban de lodo, me di cuenta de que estabamos recogiendo basura porque se nos pegaba a las suelas: comida podrida, bolsas de residuos médicos, agujas hipodérmicas. Intentar quitarnos esas cosas de los zapatos hacía que se nos pegaran muchas otras. Cuando me agaché para quitarme un pincho de madera que se me había metido en las tiras de la sandalia, descubrí que el vertedero estaba vivo y se movía como una manta de larvas y gusanos, así que me levanté enseguida. Los olores y las vistas eran un puñetazo a los sentidos, pero lo más enfermizo de todo era el ruido constante de los enjambres de moscas negras que zumbaban con tal volumen que parecía el escenario falso de una película de terror... pero no, me golpeó la certeza de que todo lo que había a nuestro alrededor era muy real.

Y de pronto, cuando dimos la vuelta a una montaña de basura... NIÑOS. Preciosos, increíbles niños viniendo hacia nosotros para ver a su amigo Leng.

Se me rompió el corazón en miles de trozos.
Habíamos parado en el camino para comprar algo de comida, cosa que alegró mucho a los niños, pero los más mayores se pararonsólo un momento antes de volver de nuevo al trabajo. Esta es su vida diaria: trabajan toda la noche a veces cuando hace mucho calor. Leng me dijo que suelen trabajar desde las 2 a.m. hasta las 7 a.m., rebuscando en las montañas de basura cosas reciclables que puedan coger y vender, y buscando restos de comida para poder llenar sus estómagos vacíos.
Nadie debería tener que vivir así, y por supuesto ningún niño debería tener que vivir así. Leng me explicó que, como los niños no van al colegio, no pueden tener otra vida ya que la pobreza es lo único que han conocido y conocerán.

Tiene que haber una solución, pero no es tan sencillo como decir "Llévemosles a algún lugar seguro."
Muchos de los niños tienen padres que viven en el vertedero y cuentan con sus hijos para que trabajen rebuscando en la basura ganando menos de 1$ al día. Parece que la división del trabajo familiar es muy injusta, ya que vi que los hombres se sentaban bajo los toldos mientras estabamos allí, y a las mujeres y a los niños rebuscando en las montañas de basura por cualquier cosa que pudieran vender.
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Tiene que haber una solución. Tenemos que pensar en cuál es porque nunca podré olvidar sus caritas o la horrible realidad que están viviendo en este momento. Sé que no hay forma de que pueda describir completamente lo que fue estar allí y conocer a estos niños tan increíbles en persona, pero espero que os unáis a mí para tratar de buscar una solución factible para ayudarles a escapar de esta violación de su infancia. Leng ha encontrado una escuela privada que puede coger a los niños del vertedero para educarlos, y estamos trabajando en hacer de eso una realidad. Estad atentos para más detalles pronto.

Mañana quiero acabar esta serie de blogs con una nota mucho más esperanzadora, pero hoy espero que abracéis fuerte a vuestros hijos y que seáis conscientes de la suerte que tenéis... y que sepamos que todos podemos jugar un papel para hacer de este mundo un sitio mejor si no volvemos la cabeza cuando vemos verdadera necesidad.

~Amy Eldridge, Chief Executive Officer

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