25 mar 2010
El ratoncito Pérez
El ratoncito Pérez visitó nuestra casa por primera vez ayer noche, y, sorprendentemente, era varón. Con cuatro hijos, mi marido y yo sabíamos que, en conjunto, perderían tal cantidad de dientes como para poder hacer el teclado de un piano. Y la pérdida del primer diente de nuestra hija mayor no es un hito pequeño. Hubo varias señales de advertencia. Seis días antes de su sexto cumpleaños, antes de desayunar, notó que se le movía, y a partir de ahí se pasaba el día mirándose al espejo del cuarto de baño moviendo el diente y enredando en su encía; sangrar un poquito se consideró un buen síntoma. Y no hacía más que preguntar "¿se ha caído ya?" una y otra vez como si pudiera a perderse semejante acontecimiento.
Hubo grandes alharacas cuando nos anunció que su diente realmente se había caído... arriba en las escaleras. Estaba comiendo un caramelo y se le debió pegar y al tirar salió inmediatamente. Luego el diente rodó varios escalones abajo y tuvo que cogerlo. La aplaudimos y vitoreamos, bailamos todos alrededor suya y se fue corriendo a mirarse en el espejo para ver su agujero entre los dientes. Nuestra chica era toda risitas sacando la lengua por el nuevo hueco de su boca antes de bajar a la cocina para buscar el contenedor perfecto para guardarlo para el ratoncito Pérez. Eligió una bolsa de plástico.
Por la noche, el significado de la pérdida del diente nos llegó de pleno a mi marido y a mi. Era nuestra primera vez como padres que teníamos que hacer de ratoncito Pérez. Se asentarían los precedentes, se instaurarían las tradiciones y se definiría el valor monetario de los dientes caídos.
- ¿Quién lo hace? - preguntó mi marido.
- No sé. ¿Quieres que lo haga yo?
- No, yo lo hago. ¿Cuanto valen los dientes hoy día?
- Ni idea. El primer diente de la primera hija a la que se le cae ¿vale más? ¿Quieres que llame a mi madre?
Después de unos momentos de mucho pensar en su valor, el ratoncito Pérez decidió que valía un cuarto y subió las escaleras. Varios minutos después, mi marido, todo un científico aficionado a la tecnología, volvió con el diente y una sonrisita en su cara. Yo estaba en la cocina al lado de la basura dispuesta a levantar la tapa, pero el ratoncito Pérez guardó el diente en su mano y nos miramos uno a cada lado del cubo de la basura.
- ¿Deberíamos guardarlo? - me preguntó.
- No. ¿Quién guarda un diente?
- Es muy pequeño - dijo él con voz queda,- Es una de las primeras cosas que supimos de ella.
- Sip.
El hecho de que tuviera dientes realmente fue algo de la poquisima información que nos dieron de nuestra hija. Antes de conocerla sabíamos que este diente existía. Lo ponía en el informe médico del orfanato de China, escrito hace cinco años y medio, y que luego se mandó a una agencia de adopción aquí en Virginia que nos estaba ayudando a encontrar a la hija que llamaríamos nuestra. Después de esperar lo que pareció una eternidad para tramitar nuestro expediente de adopción, no pudimos contener nuestra alegría el día que Jennifer, la chica de la agencia, nos llamó con las buenismas noticias de que el Centro Chino de Asuntos de la Adopción, nos había asignado a una niñita y que debíamos ir a la oficina a por los informes y las fotos.
Al día siguiente salí pronto del trabajo y corrí a la agencia. Tan contenta como iba no estaba preparada para la tremenda emoción que sentí cuando abrí el enorme sobre blanco de la asignación y vi su foto por primera vez. Esta preciosa niña, calva con una enorme sonrisa, y con la lengua siempre fuera en un lado de su boca, vivía a miles de kilómetros de aquí y tenía un nombre que no podía pronunciar correctamente... pero mira qué sonrisa! Esa es MI hija. Y tiene dientes! Con lagrimas de emoción por mi cara conduje a casa con los papeles en mi regazo, apretándolos contra mi cuerpo con una mano, como si estuviera embarazada. Mi marido se enamoró tan rápido como yo lo hice. Hicimos las maletas y esperamos ansiosos el permiso para viajar a Beijing.
Empezamos a proteger ese diente y los otros cinco más que tenía en la boca nuestra hija, el día que la conocimos en un hotel de Wuhan, China, con un cepillo de dientes de Whinnie de Pooh. No fue fácil. Tenía catorce meses y acababan de separarla de las únicas personas que había conocido en su vida. No parecía entender qué era un cepillo de dientes. No hablábamos chino y ella no entendía inglés todavía, así que decidimos esperar a llegar a casa para hacer el lavado de dientes algo obligatorio.
Cuando llegamos a casa supimos que la pasta de dientes con sabor a frutas que compramos en la tienda de abajo, fue la que hizo el truco. Le encantaba cepillarse los dientes una vez que la hubo probado. Y eso ¿no fue ayer mismo? ¿Cómo es posible que hayamos llegado ya al momento de tener en la mano ese diente separado de su boca?
Mirando ahora el diente caído, recuerdo que lo máximo que supimos de ella era que tenía seis dientes y su historia médica muy básica. Todo lo demás era un misterio para nosotros antes de convertirnos en una familia con hijos. Nos preguntábamos e imaginábamos muchas cosas... Este diente que tiene mi marido en la mano es una prueba sólida y la única pista real que tendremos nunca de sus primeros catorce meses de vida en China, antes de ser sus padres.
Mi libro de cabecera sobre niños dice que los estos suelen empezar a desarrollar los dientes entre los primeros seis meses y un año de vida. Y que el momento o la edad a la que salen es hereditario. Cuando una niña de seis años pierde su primer diente, este será probablemente el primero que le salió hace cinco años y medio. Es uno de los de abajo... lo más usual en niños. A uno de sus padres biológicos, o a los dos, probablemente le salieron los dientes y se le cayeron a la misma edad que a mi hija. Esta noche hemos aprendido algo sobre su desarrollo y hemos tenido una conexión con sus padres biológicos. Algún día mi hija tendrá en sus manos los diarios que hemos escrito con sus logros y momentos importantes de la infancia, y podrá leer sobre cuándo se le cayó su primer diente. Me pregunto si tendrá algún significado especial para ella como lo tiene para su padre y para mí en este momento.
Nos quedamos levantados un rato más, inspeccionando todos los ángulos de su diente y contemplando nuestra historia en él. Al final dije: "Bueno, no tienes que tirarlo si no quieres"
"Genial" susurró él y lo guardó de nuevo en la bolsa y esta en su bolsillo. Quizá ella heredará su sentimentalismo por el ratoncito Pérez también.
(Una versión de esta historia apareció por primera vez en Adoption Today, en la primavera de 2005)
Linda Mitchell es esposa y madre de cuatro hijos, contribuye al blog de Love Without Boundaries y es voluntaria en el colegio de sus hijos, alumna de Biblioteconomía, profesora de la escuela dominical para niños de primero... y escritora creativa cuando puede poner dos palabras juntas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario