Cuando entré en el quirófano me encontré satisfecho, concentrado y sereno. Ya había pasado por eso. Habiendo vivido la experiencia desde la perspectiva de paciente, tenía muchas ganas de ver cómo el equipo médico se enfrentaba a días como este: había ocho operaciones en el plan del día. Rápidamente me puse la bata y el gorro quirúrgico. Me tapé la cara con una mascarilla y me vi de reojo en el espejo de la pared. Tardé tres minutos en atarme la mascarilla porque me quedé absorto en mis pensamientos al verme a mí mismo. Estaba fuera de mi zona de confort; ahora era yo el que llevaba la mascarilla.
Abrí la puerta del quirófano y me recibieron las luces, los pitidos, la maquinaria y las mascarillas. Cirujanos, anestesistas y enfermeras circulaban alrededor de la mesa de operaciones vacía. Me quedé en la parte de atrás, respiré profundamente y quedé absorto. En cuanto la paciente entró, nuestras miradas se cruzaron. El tiempo se paró. Nosotros sabíamos.
Inquieta, buscaba a alguien, algo, desesperada por que le ayudaran. Confía. El Dr. Derechin, el anestesista, la tranquilizó enseguida en la mesa de operaciones y le puso un número de sedativos a través de su vía IV. Un caos organizado la rodeaba, seguido por un silencio sólo roto por los pitidos. Los anestésicos la sedaron enseguida, y yo sentí su cuerpo quedarse inerte. Oscuridad.
La primera incisión rasgó la piel y yo tuve que acordarme de respirar. Confía.
Lo que hay bajo la piel humana no es ningún secreto, pero nunca olvidaré haber visto cómo se rasgaba intencionadamente con tantísimo cuidado. Admiro la concentración y la meticulosidad innatas del Dr. Tolan. Cada capa de piel iba siendo cortada con precisión, esculpida y cosida de nuevo después: un puzle de capas viviente.
El Dr. Tolan siguió perfeccionando su obra, y para cuando dió el último punto de sutura, ya habían pasado dos horas. Parecía que había tardado una vida. Cuando el trabajo del Dr. Tolan acabó, el Dr. Derechin ocupó su sitio bajo el foco de luz. Con mucho tacto trajo a la paciente de nuevo a la vida, equilibrando ciencia y arte, y buscando signos de consciencia. El tiempo se paró. La paciente se movió y todos en la habitación exhalamos a la vez.
Durante los siguientes cinco días fui testigo de más de una docena de operaciones, aunque el equipo realizó un total de 35 operaciones al finalizar la semana. Conocí a todos los pacientes y me sentí muy afortunado porque nuestros caminos, el mío y el de tantas personas fuertes y generosas, se hubieran cruzado en la vida.
Y como ya he dicho a muchos del equipo, yo ya tengo las maletas hechas!
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